Porcelana francesa
Si pudieras salir de tus penas
y salieras de tus penas,
¿sabrías adónde ir fuera de tus penas?
(Antonio
Porchia, 'Voces')
—Marcela, salgo un ratito para hacer unas compras. La señora Juana está durmiendo en su habitación. —dice la empleada desde la puerta de entrada, justo antes de retirarse.
—Bueno, pero tené en cuenta que en unos minutos me tengo que ir. —responde fastidiada la aludida, desde el estar del departamento. Fastidio que también marca el tono del soliloquio que, de inmediato, se desencadena:
¿Para qué vine? Con todo lo que tengo que hacer. Todavía no preparé el reporte que tengo que presentar mañana. Y justo a esta señora se le ocurre salir de compras. ¿Cómo se las arregla cuando está sola…? Que deteriorado está todo. Las sillas enclenques, los tapizados ajados. ¡Qué rajada y marcada la mesa del comedor! Pensar que ahí comíamos cuando había invitados. ¡Qué reuniones familiares las de Año Nuevo! ¡Qué encantadora parecía Juana en las fiestas…! El sillón tiene los elásticos vencidos. ¿Quién se atreve a sentarse allí? La alfombra sucia y desgastada… ¡Qué oscuridad! Un piso veinte con una vista espectacular. Un living con ventanales por todos lados. ¡Y está todo cerrado! Voy a levantar la cortina… ¡Uf! ¡Cómo pesa…!
¡Qué horror! Las plantas del balcón están todas muertas. Se ve que no las riegan desde hace rato. A Juana siempre le gustaron las plantas. Evidentemente hace tiempo que no las cuida. Es lo único que supo cuidar en su vida. De las personas ni hablar. ¡Ni siquiera se supo cuidar a sí misma! En donde se metía, la cagaba. Si no hubiera sido por Abue y la tía todo se habría ido al carajo mucho antes. ¡Qué tipa dependiente, inútil!
¡El vajillero de Abue! ¿Qué hay adentro…? ¡Uy! ¡Los platos de porcelana de Limoges! ¡Qué lindo que es este! ¡Qué colores brillantes! El faisán parece que en cualquier momento cobra vida y va en búsqueda de alguna de sus hembras. ¡Qué cola bellísima…! ¿Cómo es que están acá? ¿Cómo es que no se los llevó Papi? Él era un fanático de estos platos. Los colgaba de las paredes, y en casa estaban por todos lados. ¿Cómo es que algunos quedaron acá? Ella no merece tenerlos. Cuando se muera los voy a reclamar como parte de mi herencia. ¿O mejor me los llevo ya? No creo que a mi hermana le interesen. Nunca le gustaron. Pero como sabe que a mí sí me gustan, solo por joderme se los va a querer quedar. Va a decir que ella tiene más derecho que yo porque pone el cuerpo para cuidar a Juana. Que la baña, que limpia su culo, que le da de comer en la boca. ¿Pero quién pone la plata para pagar las cuentas? ¿Quién le paga a la señora que la cuida? ¿Y quién trabaja doce horas para ganar guita?
¡Uh! Me olvidaba que mañana muy temprano tengo cita con este cliente que es un baboso. Se la pasa haciendo chistes tontos, con doble sentido. Un repelotudo. Pero nos compra mucho y tengo que recibirlo con mi mejor sonrisa. ¿Y eso no es poner el cuerpo? Pero claro, ella tiene esposo e hijos que cuidar y yo soy soltera sin hijos. Entonces yo debería tener tiempo para todo. Y si no lo hago es por mala voluntad. Odio a las minas como mi hermana que encuentran la excusa perfecta, al casarse y tener hijos, para no tener que ocuparse de lo que no quieren. No puedo, porque mi marido tal cosa o mis hijos tal otra. ¡Cobardes de mierda! A mí me costó mucho recibirme y ganarme un lugar como profesional. ¡No necesito escudarme detrás de nadie, ni depender de nadie! ¡Me valgo por mi misma…! En el fondo mi hermana me envidia y por eso quiere hacerme sentir culpable, poniéndose en el lugar de víctima. ¡Y por eso no me va a querer dar los Limoges! ¡Mejor me los llevo ya! Los voy a hacer valuar y le voy a pagar el total de lo que valen, así le tapo la boca… Además, ella no tuvo casi contacto con Papi. Nació cuando él ya se había ido de casa. Y poco tiempo después murió… Si no hubiera sido por la forra de Juana, que lo enloquecía con sus celos, nunca se habría ido ni se habría muerto en un estúpido accidente. Mi hermana ni lo conoció. Tenía dos años cuando él falleció. No tiene porque quedarse con los Limoges. Me los llevo. Pero, ¿cómo los cargo? ¿Habrá algún bolso en la habitación de Juana?
* * * * *
¡Qué silencio! ¿Estará viva? ¡Qué olor a pis! Huele a geriátrico berreta. ¡Qué desagradable! ¿Nadie limpia? Con el calor que hace está toda tapada. Lo único que se le ve es la cabeza, boca arriba. ¡Qué arrugada! Piel y huesos. La boca abierta, sin los dientes postizos. Se ve como lo que siempre fue: ¡una bruja…! Pensar que era una mujer hermosa. De vacaciones en Punta, en la Mansa siempre había algún nabo revoloteando alrededor de ella. ¡Qué mierda es la vejez...! ¿Respira? Sería muy fácil agarrar uno de estos almohadones y taparle la nariz y la boca hasta que se muera. Sería un acto piadoso. ¿Para qué continuar una vida tan inútil que para lo único que sirve es para joderle la vida a otros? ¿Para qué prolongar una vida que solo es sufrimiento? Unos segundos sin poder respirar y todo termina. Ni se va a dar cuenta. Y nadie se va a dar cuenta de cómo murió. En el fondo todos se van a sentir aliviados. Nadie va a preguntar, nadie va a investigar… Cuando murió Abue, en la habitación de al lado, no sabíamos que hacer. Llamamos a la policía y cuando vino nos dieron la dirección de una casa de sepelios que se encargaba de todo, incluso del certificado de defunción. Ahora podría hacer lo mismo. ¿Quién va a sospechar al ver este despojo humano?
¿Pero qué estoy pensando? No tiene sentido correr el más mínimo riesgo. ¿Por qué hacerle un favor? ¿Qué hizo por mí Juana además de parirme? Siempre copando el centro de escena. Siempre con sus ataques de histeria, con sus caprichos infantiles, con sus celos enfermizos que terminaban en intentos de suicidio. Cuando todavía estaba en la primaria, no sé qué había encontrado en el saco de Papi y reaccionó violentamente rompiendo platos y vasos. Terminó encerrándose en la cocina, abriendo todas las hornallas de gas. ¡Podríamos haber volado por los aires! Papi tuvo que romper la cerradura de una patada y llamar a la urgencia médica para que la tranquilicen. ¡Desde que tengo memoria siempre fue más infantil que yo! ¡Siempre fue la nena malcriada de la casa! ¿Por qué tengo que pensar en aliviar su padecer, en acortar su agonía? ¿Por qué correr el más mínimo riesgo por ella?
¿Dónde habrá un bolso por acá…? ¿Y estas fotos pegadas en la pared? ¡Pero si soy yo cuando era una nena! Acá estoy aprendiendo a andar en bici. Papi me sostiene agarrando el asiento. Y acá estoy alzando a mi hermanita bebe cuando tenía trece años. ¡Hija de puta! Yo fui más madre de mi hermana que vos… ¿Habrá un bolso en el ropero? A ver… ¡Acá hay uno en el estante de arriba! Está vacío. Voy a ponerle adentro los Limoges... ¿Por qué pegó en la pared solo dos fotos y en las dos estoy yo? ¿Las habrá pegado la jodida de mi hermana? Sabía que venía…
* * * * *
¡Qué bellos son los Limoges! ¡Qué gallo fabuloso hay grabado en este! El típico gallo francés. Cabeza y cresta rojo carmesí, advirtiendo de su agresividad. Las plumas doradas del cogote que llegan a cubrir el pecho, puro orgullo. Alas multicolores, derrochando belleza. Y una cola voluptuosa, casi toda gris. Sublime… Papi amaba estos platos. Estaba orgulloso de su colección y se la mostraba a todos los que venían a casa. También amaba los quesos franceses. Una vez volvíamos en avión desde París y había puesto en su bolso de mano unos cuantos, entre los cuales había un Époisses. ¡Al poco tiempo todo el avión estaba contaminado con un rancio olor a pata! Él se justificaba diciendo que era mucho más saludable que el humo del cigarrillo que nos teníamos que fumar sin querer… ¡Cómo te extrañe papá cuando te fuiste de casa! ¡Qué desolada me sentí cuando te fuiste del todo…!
¿Entraran todos los platos en el bolso? Tendría que separarlos con algo para que no se rompan. Pero no tengo tiempo. En cualquier momento vuelve la señora… Ya está. ¡Entraron! Tengo que cuidarme de no golpearlos. Por suerte vine con el auto. Cuando vuelva la señora me voy enseguida… ¡Y los Limoges conmigo!
Guillermo Pragana
baires, octubre
de 2016
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