Padre : Patrón
Y si llegaras a hombre,
¿a qué más podrías llegar?
(Antonio Porchia, ‘Voces’)
Para toda nación, que se pretenda liberal y democrática, es necesario la constitución de un Estado de Derecho ejercido en plenitud. Sin embargo, aunque tal constitución este establecida en términos jurídicos, al evaluarla en los hechos, no podemos soslayar la importancia que suele tener el patronazgo como pauta de relación (1).
Patronazgo
Proveniente como institución social de la Antigua Roma, el patronazgo consiste en la relación entre un patrón y sus clientes. El patrón es un ciudadano poderoso e influyente que tiene protegidos, que en derecho romano se llaman clientes. A cambio de su protección jurídica y económica, el cliente está para lo que el patrón disponga, al menos votarlo si se presenta a un cargo político.
El patronazgo es una prolongación de la familia patriarcal romana en la vida social. De hecho, se consideraba al cliente parte de la familia de su patrón, quedando, por propia decisión, sometido a la autoridad del pater familias.
Con el correr de los años, en gran parte por los abusos que propiciaban, el patronazgo y la autoridad absoluta del pater familias, van siendo reemplazados por el Estado de Derecho. No obstante, en toda sociedad parece que, en mayor o menor medida, el patronazgo mantiene su vigencia. Sobre todo, donde el Estado se ausenta o claudica florecen relaciones sociales ligadas al mismo, tales como la mafia o el clientelismo político.
Pero ¿es posible un estado liberal y democrático sin patrones?
Patrones
El término patrón refiere a diversos ámbitos semánticos, tales como:
—Protector y defensor: puede ser tanto una persona como un Santo.
—Dueño de un establecimiento: anfitrión que cuida, manda y dirige a los que emplea o recibe en su propiedad o negocio.
—Unidad de medida y de valor: metro patrón; patrón oro.
—Modelo: desde una persona a la cual identificarse por su mérito, hasta un molde según el cual se produce un objeto.
—Pauta de conducta: aquí caben toda la moral y las costumbres.
—Pauta de relación: todo vínculo social, desde “hijo de” hasta “presidente de”; toda ley del Estado de Derecho, desde la Constitución Nacional hasta el Reglamento de Copropiedad de un edificio; toda ley científica, al punto de que llega a definirse la Matemática como “ciencia de los patrones”.
En suma, patrón remite a lo más propio de lo que somos como humanos, es decir, partícipes necesarios de esa forma de ser a la que llamamos cultura. Lo que implica que nuestro accionar, más que por lo instintivo, está determinado por ideas, conocimientos, tradiciones y costumbres que nos preceden, y que nos caracterizan como parte de una sociedad y de una época. A todo lo cual hace referencia el concepto cosmovisión, que puede definirse como el conjunto de patrones que estructuran nuestra Existencia (es decir, nuestra relación con otros Humanos, con el Mundo y con Dios).
Los patrones, en su diversidad de sentidos, constituyen nuestra humanidad. Por lo cual, es imposible prescindir de ellos, tanto como no podemos hacerlo de nuestro corazón, hígado o cerebro. Desde esta perspectiva, es impensable una sociedad sin patrones. Lo que marca la diferencia, es la posición subjetiva de cada humano respecto de ellos. Para abordar lo cual, nos adentraremos, mínimamente, en la conformación de tal subjetividad.
Padres
Todos los ámbitos semánticos, a los que refiere patrón, se vinculan a la función paterna en la estructura familiar, tal como preanuncia su etimología, ya que patrón proviene de la misma raíz indoeuropea —pater— de la que derivan palabras como padre y patria, entre otras.
Los padres son modelos primordiales para el hijo. Durante el desvalimiento de la temprana infancia, son quienes protegen y defienden; dirigen y mandan; y trasmiten los patrones, de conducta y de relación, propios de la cultura a que pertenecen.
Dada su precoz incorporación por parte del niño, estos patrones resultan inconscientes en cuanto tales, en principio indistinguibles de la realidad misma. Son pensamiento cristalizado: sentido común exento de justificación. A su respecto, mostramos cierta debilidad mental, entendida como inhibición del ejercicio de la capacidad de pensar, en especial de la facultad crítica del juicio.
Dejar atrás la infancia implica superar, paulatinamente, tal debilidad mental, mientras se recorre el trayecto que va desde la identidad sustentada en patrones de carne y hueso, hasta la sustentada en patrones como pauta de relación (por ejemplo, el trayecto que va desde un padre hasta la función padre). Recorrido que implica grados crecientes de autonomía.
Patrón Padre
Los patrones, ya sean personas o algoritmos, son esenciales a lo humano. Respecto de ellos, nos relacionamos desde el temor, el amor o el odio; desde el infantilismo o la prudencia (frónesis). Sea como sea, resulta nefasto que quien asume el lugar de Patrón (padre, maestro, jefe, líder) desmienta la obligación que ello implica: Toda corrupción se sustenta en el abuso del poder delegado, siendo la difusión del delito su consecuencia.
Morigerar el abuso, que hace posible la delegación de poder, implica superar el patronazgo. Para lo cual, dicho en los términos de este escrito, es necesario que el cliente se sobreponga a la debilidad mental inherente a su ahijarse, a partir de lograr la aptitud para ejercer, en plenitud, su capacidad de pensar y de decidir.
Pero, no resulta fácil superar tal debilidad mental. Pensar y decidir suelen ser angustiógenos: promueven dudas e incertidumbre. En cambio, el pensamiento prêt-à-porter en que consiste una cosmovisión, cualquiera sea, es como una madre que nos nutre y nos arrulla; como un padre que nos protege y nos defiende. Tal cosmovisión, encarnada en alguien poderoso, seguro de sí mismo, que se propone como benefactor, brinda certidumbre y, sustentado en ella, sosiego.
Incluso, aunque logremos superar tal debilidad mental, hay situaciones que nos retrotraen al desvalimiento de nuestra primera infancia. Día a día, delegamos nuestra capacidad de pensar y de decidir en otros, erigiéndolos en Patrones, dado que carecemos de la experticia y/o del tiempo para ejercer, por nosotros mismos, actividades que son vitales. Médicos, docentes, abogados, políticos y periodistas, entre otros, figuran al tope de la lista.
Por todo eso, aunque rija el Estado de Derecho, en cada ciudadano está viva la tendencia a situarse como cliente que, al consumarse, implica una gran responsabilidad para quien, por el motivo que fuera, es erigido Patrón.
Nadie está obligado a ser Patrón. Pero, quien asume como tal, está obligado a honrar el poder que se le delega: Nunca, tal delegación justifica el despotismo. De hecho, históricamente, en su ejercicio virtuoso, la relación patrón/cliente está basada en la fides (lealtad y confianza mutuas). El cliente es prohijado por el Patrón, quien lo protege y lo defiende a cambio de su fidelidad. Patrón y cliente son familia, con todo lo que ello implica.
En la Antigua Roma, el vínculo de patronazgo era considerado sagrado. Por eso, la Ley de las Doce Tablas (449 a.C.), basada en tradiciones ancestrales, declara sacer —expuesto a la cólera de los dioses— al Patrón que defrauda la lealtad de su cliente. En tal sacrílego contexto, sacer se traduce como maldito. Calificación más que apropiada para el servidor público (político, funcionario o periodista) que traiciona la confianza de quienes le han delegado la protección y la defensa del bien común, ya que al traicionarla procede, cuando menos, como un padre abusador, que tiende su mano para servirse en vez de tenderla para servir.
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(1) En Argentina, no por derecho, pero sí en los hechos, el patronazgo está muy extendido:
—A través de Dios Padre y los Santos Patronos, la Iglesia Católica instaura un paternalismo espiritual que naturaliza el patronazgo, lo cual favorece su réplica en otros estamentos sociales.
—La Constitución Nacional otorga amplias facultades a quien ejerce el Poder Ejecutivo: puede asumir funciones legislativas, a través tanto de decretos como de vetos; y puede asumir funciones judiciales, a través de indultos. Todo lo cual facilita el manejo patronal de lo público, especialmente cuando hay connivencia con otros poderes republicanos, incluidos los medios de comunicación.
—Entre quienes ejercen cargos en instituciones públicas, es común la práctica de alguna forma de clientelismo político, tales como el nepotismo y el amiguismo.
—Dado que el presupuesto de la gran mayoría de las provincias depende en más de un 70% de los ingresos que reciben de Nación, tanto en concepto de coparticipación como de obra pública, se establece una relación clientelar entre los gobernadores y el Poder Ejecutivo Nacional.
—La concentración económica, manifestada tanto en monopolios como en oligopolios cartelizados, implican comportamientos patronales, por parte de las empresas, hacia la ciudadanía en su conjunto.
Guillermo Pragana
baires, enero de 2016
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