DESIERTO, SOLEDAD... LIBERTAD; por Alejandro Ariel (aa) y Guillermo A Pragana (gap)

 

gap: Hoy escuche una pregunta que me dejó pensando: "¿Quién es más ateo? ¿El que descree de la existencia de Dios o el que habla en su nombre?"

aa: ¿Hay grados de ateísmo?

gap: En cierto sentido, puede que sí. Porque quien niega la existencia de Dios, no puede no aceptar que, de alguna forma, existe; aunque más no sea como ilusión. En cambio, el que habla en su nombre anula a Dios en lo que concebimos como su propiedad más específica: su trascendencia a todos y a cada uno; ateiza a Dios al individualizarlo. Incluso, si concebimos la trascendencia de Dios como inmanente. No obstante, tanto quienes niegan la existencia de Dios como los que hablan en su nombre, parecen tener en común el desmentir su dimensión inhumana, es decir, Su Absoluta Otredad. Quizás porque intuir tal absoluta otredad resulta horroroso, por lo que implica de una libertad desamparada, de una soledad radical...

aa: Lo que decís me recuerda una frase que leí hace poco, que me asombró: "Toda vida es un pozo de soledad que se va ahondando con los años. Incluso la familia es una apariencia de compañía".

gap: Al respecto, en cierta ocasión, alguien me contó una experiencia que había tenido con uno de sus hijos, que lo había trastornado profundamente. Esta persona, ante una estafa perpetrada por su hijo contra un hermano, sintió una sensación de siniestra extranjeridad que no había sentido en su vida. Mientras estaban en una amena reunión familiar, veía a su hijo feo, como si algo del amor que había tenido con él se hubiera retirado y solo quedara una cáscara visual que casi no podía reconocer. No estaba enojado, solo sentía una ajenitud e indiferencia crecientes, que le parecían un horror: Su hijo querido, el más querido, no estaba más, se había retirado de adentro suyo; sentía que se perdía, que se iba de él rápidamente. Casi no lo podía mirar, y cuando lo hacía veía un desconocido de rasgos ajenos y desagradables. Ninguno de los presentes se dio cuenta de nada. Su hijo trataba de agradarle inútilmente con futilidades, y eso hacía de toda la situación algo desgarrador y ridículo al mismo tiempo. E insistía en que no estaba dolido, ni enojado, sino que, más bien, estaba en un estado de estupor.

aa: Para atravesar y luego compartir una experiencia así, rara en relación a la paternidad, hay que estar muy abierto a lo que nos ocurre a los humanos. Abierto a los vericuetos insondables que el silencio esculpe en el alma, cuando atisba el espesor del cuerpo del otro querido, y se encuentra con que no es el dibujo que el amor trazó durante la vida, sino que el espesor de la existencia del otro desdibuja ese amor en el que estaba alojado. Aparentemente, esta persona acepta ver a un desconocido en su hijo, sino se hubiera peleado con él. Sucede, que las personas nos peleamos para no soportar la ajenidad real que el amor vela. La verdadera misericordia de Dios es el Amor, que vela la ausencia de lazo. Esa ausencia es la trama Real, dónde el humano pretende velar su orfandad original con lo que le ha tocado en suerte al ser hablado. Atisbar el horror más allá de la belleza no tiene que ver con ninguna figuración del mal, con ninguna experiencia del mal. Tampoco con ninguna perversión figurativa o fetichista. Atisbar el horror es descubrir que ningún lazo social se sostiene por sí mismo para reducir lo Real. Que el amor es frágil frente a lo real de lo extraño. Y, sin embargo, es lo más fuerte que tenemos. Él no sintió a su hijo como un extraño: era un extraño, para él. Lo supo y lo sabrá para siempre, con todo lo que eso significa. Lo cual no implica que no podrá volver a equivocar la mirada desde el amor o el narcisismo. Su humanidad no lo dejará a la intemperie...

gap: ¡La capacidad de ilusion, la esperanza, nunca nos abandona del todo! Persiste, aún habiéndose atravesado una experiencia de insondable hondura, una desgarradora experiencia sin retorno...

aa: Así es, amigo. Una experiencia que está en el límite de lo comunicable, que está en el borde de lo humano... o más allá. Allí no hay semejante. Tampoco hay arte, ni creación. Solo hay desapego… y libertad. La libertad, siempre, está hecha de la más extrema e inhabitable soledad. Allí, en esa dimensión (in)humana, solo hay Dios y el Caos. Por allí, pasamos a veces los humanos. Y de allí, nunca se sale igual que como se entró.